viernes, 19 de noviembre de 2010

Nada más que un encuentro lujurioso

No hacía mucho que la conocía pero sin duda sabía que tras su dócil aspecto, su personalidad era más fuerte que el vestido que llevaba, y él, en un arranque de lujuria, se lo rasgó, dejándole muy claro que esa noche iba a domarla, dejando sus pechos y pezones erizados ante la cercanía de sus manos, de su boca, con su media desnudez al descubierto. Él solo podía pensar en su sexo, en humedecerla hasta hacerla perder el control y dejar su fortaleza reducida ante él. Ella pensó solo un instante: ¡mierda! ¡Ya me ha roto otro vestido!, menos mal que éste es de Bershka, y siguió pensando que se pondría al día siguiente cuando saliese a cenar con sus amigos, todo en un instante, también pensó lujuriosa como estaba: ¡cómo si me rompe otro! ¡Y otro! Sabía que iba a dejarle que lo hiciese aunque sus encuentros sexuales repercutiesen en su tarjeta, lo pensó todo en un solo instante, antes de que el hombre buscase sus labios otra vez. Estaban húmedos y sabían a vicio y chocolate negro. Ella no sabía que a él los de ella le sabían a delirium tremens. Se le nubló la vista de tanto deseo de su carne. Ella notó como sus ojos se volvían acuosos por el deseo que sentía por ella, y también percibió a través de sus pantalones como su miembro se ponía erecto para ella, como el macho más ancestral mostraba su poder ante la hembra. Libidinosa, le puso una mano en su erección, sabiendo que ahora era ella la que estaba ganando la partida, con la otra trató de desabrochar la hebilla del cinturón, pero él tiró de ella violentamente hasta dejarla tendida en el suelo, a su merced, medio desnuda, el vestido roto cayendo desordenadamente tras su espalda, su pelo formando una admirable manta oscura en el suelo. La dejo allí, medio desnuda, mostrando ante él su cintura de avispa y unas caderas que a él se le antojó tomar con sus manos, agarrándolas muy fuerte y deslizando su boca hasta ellas para disfrutarlas, absorbiendo su piel, quemándola a pequeños mordiscos. Ella llevaba puestas unas botas mosqueteras de tacón alto. Cuando había ido a por ella esa noche, la visión de los tacones altos y del cuero negro lo había puesto al límite, hasta el punto que tuvo que contenerse por no mostrar su erección. Eso había sido antes del concierto, antes de verla disfrutando como si no existiera otra cosa más que la fusión de la música del grupo de rock y ella, gritándoles al final que quería más de ellos. Le había excitado verla así, sin mostrarse comedida en ningún momento, como si no le importase lo que los demás pensaran de ella. Y ahora allí estaba junto a ella, su carne sobre su carne, su piel que ahora saboreaba sabía a pétalos de rosa, pensó qué crema era aquella que ella restregaba contra su piel y deseo ser esa crema y estar todo el día sobre ella. El olor de la mujer le estaba volviendo loco de lujuria Su olor lo trastornaba en lo más profundo. El vestido que le había rasgado y sobre los restos de él en que ella ahora descansaba era sedoso, pero no tanto como su piel, que pretendía saborear y acariciar hasta el último recoveco, haciéndola suya, poseyéndola como sólo un hombre de verdad puede poseer a una mujer. Ella tenía la piel morena, sus pezones habían madurado y sus aureolas se habían oscurecido, mostrándose ante el lujuriosos, llenos, plenos, y en ese instante, ante su visión, deseo mordérselos, y como había decidido que la tomaría para sí completamente no lo pensó más, empezó con mordiscos frenéticos primero y luego más lentos, haciéndola gemir de placer. Le gustaba como gemía. Su sonido era excitantemente femenino. ¡Dios!, esa mujer lo estaba descontrolando. Esa mujer gemía como a él le gustaba, lo ponía completamente y tenía miedo de perder el control. Gemía de la manera más provocadora y parecía que detrás de cada uno de aquellos gemidos ella iba a alcanzar el éxtasis. Sentía que la estaba volviendo loca de deseo y eso lo hacía ponerse a mil, encendiéndolo aún mucho más de lo que ya estaba. No entendía a esa mujer, no la comprendía, pero la deseaba, la quería para él, deseaba cabalgarla y que ella hiciese lo propio sobre él, pero primero iba a poseerla completamente, ya habría tiempo para mil juegos. No pensaba perdérselos. Tenían toda la noche por delante y él pensaba utilizarla. Le gustaba notarla bajo él, suave, encendida, con las mejillas sofocadas, los pezones de punta y así de fogosa, y le gustaba como lo miraba, lujuriosa, indecente, tórrida, como una sátira, como una valkiria morena llena de deseo y excitación por él. Paró un momento y ella lo maldijo. Se sonrió y le mostró su sonrisa dominante para mirarla detenidamente unos segundo, allí debajo suya, a su completa merced, pensando en cómo iba a disfrutarla antes de poseerla, antes de hacerla completamente suya, pensando en volverla condenadamente loca antes de hacerla alcanzar el clímax. Ya le había roto el vestido, ya no quedaba ni un trozo de él sobre ella. Se paró a mirarla otra vez. La había dejado con el sujetador bajado y sus hermosos pechos redondeados palpitando sobre él. Solo le quedaba bajarle las bragas, pero iba a esperar un poco más antes de meterle sus manos bajo ellas y rasgárselas como había hecho antes con el vestido. Quería sexo salvaje con ella. Esa noche. Ahora. Quería hacérselo una y otra vez hasta agotarla, hasta satisfacerla como deseaba que ningún otro hombre la hubiese satisfecho antes. Y allí la tenía, toda para él esa noche, moviendo su cuerpo y alzando sus caderas frenéticamente contra él. Él sabía que era su manera de decirle que la tocase allí abajo. Entonces, decidió que no iba a perder más tiempo. Le rompió las bragas de forma violenta, dejando su sexo al descubierto, puso una mano sobre él y lo notó palpitante, decidió que la humedecería hasta el límite de su excitación, hasta que le rogase que la penetrase, como si tuviese que hacer que se pusiese de rodillas ante él, pretendía llevarla al límite, y que se lubricase como jamás se hubiese lubricado antes con otro hombre. Decidió volverla loca de deseo por él. Con una mano hundiéndose en su sexo y otra excitando sus pechos, tocándola ligeramente con las yemas de los dedos sintió que ella casi rozaba el límite, que desesperada se contraía y retorcía contra él buscando su boca, loca de deseo, jadeante, con su aliento junto al suyo, con su humedad en su mano, en sus dedos, que movía sin cesar de arriba abajo y de abajo a arriba tratando de encontrar su punto más íntimo y satisfactorio. Entonces no pudo más ante aquella visión de la lujuria en estado puro, tenía que poseerla y tenía que ser ya, se desabrochó el cinturón y el pantalón vaquero que llevaba puesto y se lo sacó en una fracción de segundo. No quería separar su carne de la de ella por más tiempo, Se le puso encima y busco sus manos, atrajo una de las de ellas hacía su erección, para mostrarle lo que había conseguido hacer con él, en que sátiro perverso lo había convertido. Con su mano en su sexo ella lo atrajo hasta su intimidad y él hundió su sexo en el de ella, haciendo una sus carnes, la cabalgó, subiendo y bajando una y otra vez hasta que la notó como empezaba a descontrolarse, como perdía el sentido, como sus facciones se retorcían ante el embiste que él estaba acometiendo a su fortaleza. Ella sintió como un yunque que la hacía suya, como si ella fuera la forja y él el acero, y ella lo estuviese templando. Deseo llegar al clímax juntos, enredados en un abrazo de piernas y manos contra el suelo, frío y caliente a la vez, entonces él se descontroló cuando sintió que ella iba a alcanzar el clímax, sintió que la poseía por completo, que esa noche era suya, toda suya, y la notó dejándose ir entre guturales gemidos, y él no pudo más, dejó escapar un gemido ronco y se corrió, dentro de ella, poseyéndola, sintiendo que su cuerpo le pertenecía, sintiendo como la había hecho suya, como la había enloquecido, y cuando sus respectivas agitaciones se desvanecieron y sus respiraciones se calmaron la miro sonriente, con el deseo aún en sus ojos oscuros, con las pupilas aún dilatadas por la pasión. Ella le devolvió la sonrisa, un poco tímida. Él le preguntó: ¿satisfecha? Ella no podía articular palabra en ese momento, y asintió con la cabeza, sonriendo. La cogió en brazos, ella flácida por la pasión que había vivido, todavía un poco temblorosa, él sintiéndose increíblemente hombre. La llevo todo el pasillo medio desnuda pero con las botas de tacón alto aún puestas, invadiéndolo la lujuria una vez más ante aquella encantadora visión. Abrió con una mano la puerta de su habitación y la tendió en la cama. La metió debajo de ella depositando mil y un besos sobre todo su cuerpo desnudo, una vez que le había quitado las botas de cuero negro, buscando sus labios, aún con hambre de su lengua. Le gustaba como ella acababa los besos mordiéndole el labio inferior y dejándoselo ir poco a poco. La volvió a oler, a sentir otra vez, a desear otra vez, y ella le devolvió los besos una vez pasado el primer cansancio de la noche, lo besó violentamente una y otra vez y le gustó, lo hizo sentirse deseado, otra vez. Le agarró las manos y se las puso tras la espalda. ¿Le he preguntado si estaba usted satisfecha milady? Creo que ya puede usted contestarme. ¡Quiero más!,- dijo ella. Él soltó una carcajada dispuesto a darle todo lo que le demandase toda la noche. La iba a extenuar, de todas y cada una de las maneras posibles. Sabía que la iba a volver a cabalgar, que la iba a montar, que iba a cogerle las caderas otra vez con lujuria pecaminosa, que iba a encenderla todavía con más pasión y con una violencia pactada entre los dos, una y mil veces, aunque para ello tuviese que romper todas las reglas de la lujuria, la iba a llevar al clímax una y otra vez hasta que se hiciese de día y la sensatez entrase por la ventana, o quizá decidiese hacerla su rehén durante otro día, y luego otra noche, sin dejarla salir de aquella cama. Le daba lo mismo si tenía que atarla a ella. La había a hacer suya cuantas veces quisiese. E iba a ser suyo cuantas veces ella se lo pidiese, solo por aquella noche, no podía permitirse más, para luego separarse y no volver a verse, para seguir siendo dos desconocidos que se encuentran y se miran y no se saludan, pero saben, sin lugar a dudas que un día lejano compartieron la misma lujuria, el mismo deseo que los llevo a compartir una pasión desenfrenada.

Para A., que juega a despertarme por las noches, llenando mi vigilia de sueños húmedos y lujuriosos

Isla Fernández



10 comentarios:

  1. Muy intenso relato, que no deja descansar al lector, lo mantiene enganchado a una acción que poco a poco va aumentando para llevar al que lee la historia al borde del éxtasis.
    El final perfecto, para un encuentro perfecto.

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  2. Simplemente gracias por tu comentario Susurrando Palabras. Un beso, Isla.

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  3. Gracias Andu ;-) Pronto publicaré otro relato. Este introducirá misterio y asesinato además de lujuría.

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  4. no se si me embarga de inkietud o me embriaga de inkietud,,el kaso es k la faceta kuanto menos es curiosa,,,,imaginazion desbokante,,,como un pura sangre k no kiere riendas,,,yo respiro un poko...ufffff,,,enhorabuena por tantos renglones bibrantes de pasion,,,aunke sin desmejorar este pedazo de erotismo en letras yvexcitacion suprema, yo sigo prefiriendo lo visual o lo tactil..jejejej,...un saludo...

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